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Última novillada de la feria y los que quieran pueden sacar sus propias conclusiones. Una de embriones de figuritas, la primera, otra a la heróica en que un chaval se encontró con cuatro novillos para él solo y cuyo “triunfo” se basó en esa circunstancia y la tercera en la que Juan de Castilla fue premiado con la sustitución de Luis David Adame, junto con otros dos cachorros de la Tauromaquia 2.0, Alejandro Marcos y Joaquín Galdós. Novillos de la Ventana del Puerto, para tirarse por el balcón. Entre unos y otros no cabía mayor sosería. Verdad es que los animales iban y venían, pero, ¿cómo iban y cómo venían? Les aseguro que hay más emoción en una carrera de burros, sin burros. Seguro que a nadie le importa que cargue contra el ganado, aunque otra cosita es el hacerlo contra estos figurines en ciernes, que se manejan como semidioses.
Existe una idea que sobrevuela en la plaza los días de novillos, que es la de los chavales que se quieren comer el mundo, aunque la realidad es que hace mucho que no se paladea ese manjar de la los chicos atropellados e inexpertos, pero con una idea fija: querer ser toreros. No sé si Alejandro Marcos, Joaquín Galdós u Juan de Castilla quieren llegar a ser matadores de toros o simplemente se conformarán con ser figuras del toreo. A mí, personalmente, me parece que les vale esto último. Habrá quién me reproche que hable así de ellos después de que alguno haya sido revolcado por uno de la Ventana, pero si contamos como valor la torpeza y el dejarse arrollar, solo seguiremos alimentando esta mentira. Habrá que seguir aguantando esas faenas interminables, tediosas, planas y sin sentido, porque no vaya a ser que se frustren. Pues eso, sigamos bailando el agua a tanta vulgaridad.
Y si les tratamos como toreros y no como párvulos El aficionado de antaño llevaba a gala el que tarde a tarde iba formando a los chavales, les enseñaban con dureza, pero con arrobas de comprensión, porque estaban aprendiendo. Se les censuraba lo malo, se les trataba de corregir los defectos y hasta eran tan osados de pretender que aprendieran lo que querían ver en un torero. Se forjaban ante el toro y ante el aficionado exigente, porque los más exigentes son los que hacen a los mejores toreros. Pero esa labor docente ha sido usurpada por las escuelas, que ya se ocupan muy a conciencia de que los chicos aprendan que los buenos son los que consienten y los demás son sus enemigos. Que bien estaría si abrieran los ojos y miraran a su alrededor para ver quiénes les dicen las cosas que les favorecen y quiénes quieren verse favorecidos con lo que les cuentan. Un galimatías de difícil comprensión. Estamos instalados en el “todo el mundo es bueno, menos los críticos”, abandonando aquella idea de que si los chavales no empujan, habrá que tirar de ellos.
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