|
Corrida Guadalupana
extraordinaria “Por México”. Ante más de treinta y cinco mil personas en tarde
agradable se lidiaron ocho toros de distintas ganaderías. Estas fueron: La Joya (bien presentado, algo agarrado
al piso y embistiendo por oleadas), Santa
María de Xalpa (bien presentado, entregado de inicio, pero rajado al final),
Jaral de Peñas (parado, pero con
calidad, serio de presencia), Fernando
de la Mora (devuelto por impresentable) y Jaral de Peñas (bien presentado aunque algo falto de remate, soso y
manso), Montecristo (menos rematado,
pero astifino y descarado de pitones), Villar
del Águila (protestado de salida por basto y feo de hechuras, hondo aunque
desproporcionado, premiado con arrastre lento), Xajay (bien presentado, reservón pero con buen estilo), y Villa Carmela (bien presentado, a menos
en su juego). Actuaron sin respetar el orden de antigüedad los siguientes
matadores de toros: Pablo Hermoso de Mendoza: división
de opiniones. Joselito Adame: dos orejas fuertemente
protestadas. José Tomás: una oreja. Octavio García “El Payo”:
algunos pitos. Julián López “El Juli”:
silencio. Sergio Flores: dos orejas con petición de rabo. José María Manzanares: oreja. Luis David Adame: palmas. Partió
plaza como sobresaliente Jorge López “Zotoluco”. Destacó en
varas Omar Morales picando al cuarto
de la tarde. Antes de
romper el paseíllo se brindó un minuto de silencio en memoria de los fallecidos
en los sismos del 7 y el 19 de septiembre del 2017, y se interpretó el Himno
Nacional Mexicano. Tras de éste, se entonó el Ave María por ser la festividad
de la Virgen de Guadalupe. El ruedo y las tablas se adornaron con una
instalación del artista visual Jorge
Marín Un evento especial en el coso de Insurgentes Por fin llegó
el esperado festejo en beneficio de los damnificados de los sismos. Huelga
decir que la afición y el medio taurino se volcaron en apoyo a la causa, se
hizo un entradón en día laborable, y el evento en términos generales fue un
éxito. Quedaron, naturalmente, algunas cositas en el tintero, que se retomarán
en otro texto. Por ejemplo, el que no se llenara totalmente la plaza y como
pudo incidir en ello el formato de la venta del boletaje; los detalles
artísticos adicionales que se ofrecieron en esta fecha tan especial; el
operativo de seguridad; y desde luego, el orden de lidia.
Sobre este
aspecto, la modificación dio dinamismo al festejo, y un sentido de continuidad
muy llevadero. La corrida corría el peligro de tornarse larga y tediosa,
situación que se evitó, al igual que la división del espectáculo en dos partes
muy marcadas. Nos guste o no, funcionó. Sin embargo, siempre nos mantendremos
en la posición de defender al marco tradicional que regula a las corridas de
toros, y que las fundamenta en gran medida. En fin,
pues, Pablo Hermoso de Mendoza lidió
en primer lugar un toro de La Joya,
jabonero de pinta, bautizado Voluntario –n.
77, 510 kg.–, de preciosa lámina y muy bien presentado. El navarro tuvo otro desencuentro con el público capitalino, sobre
todo a partir de las fallas y las malas maneras con el rejón de muerte. Antes
de ello firmó una actuación de altibajos ante un toro que embistió emotivo pero
por oleadas, quizás disminuido por los dos rejones de castigo que le colocó. Su
costumbre desde hace ya tiempo es que las farpas tan desproporcionadas que
utiliza no pasen de una por toro. El navarro debería sabe que en el gran coso
capitalino hace falta que el ganado acometa para superar la exigencia de la
gente. No obstante, insiste en el toro parado, y seguirán recriminándole
cualquier cosa que no sea perfecta. En esta ocasión no estuvo fino clavando las
banderillas, ni con la hoja de peral, ni con el descabello. Dividió las
opiniones. Joselito
Adame fue el echado por delante de las infanterías. Estuvo serio en los primeros
tercios, toreando con recio con el capote, tanto en un recibo por mandiles,
como en las chicuelinas al paso, y en el quite por gaoneras. Basó su faena en
el lado derecho, templando y ligando un buen trecho de la misma. Sin embargo,
el imponente Juareño –n. 508, 483 kg.– de Santa María
de Xalpa acabó desfondado, deslucido, y soso. Adame optó entonces por
el arrimón, cargado de desplantes, un poco afectado y revolucionado. La mejor
versión de Joselito sigue sin presentarse ante La México. Otra vez
echó mano del desplante desmedido al tirarse a matar, haciéndolo a cuerpo
limpio previo lanzamiento de la muleta. El mérito es innegable, el mismo alarde
le valió una oreja en Madrid, con la enorme diferencia de que aquí no se fue
por derecho, y dejó un espadazo trasero, de efectos lentos. Se desató la
petición de oreja, y Jesús Morales cedió
al criterio minoritario que exigía la segunda oreja, desatando tremenda
silbatina y abucheo. ¿Qué más se
puede decir a estas alturas que no se haya dicho antes del pañuelo más rápido
del oeste? Lo más desagradable del asunto es la importancia que nuestros
toreros le dan a la afición de nuestra plaza más importante. Joselito se pasó
el sonoro rechazo a las orejitas ratoneras que le regalaron por salva sea la
parte, y las paseó ufanándose de ellas como si su fueran un tesoro de oro puro.
Ojalá que le hagan provecho. A Joselito lo recibieron mejor, hasta que le concedieron las orejas Vaya
contraste de la actitud de una persona autoproclamada en su confusión existencial,
con la de un figurón. José Tomás Román
Martín hace que los bytes,
sucesores de la tinta, corran vertiginosamente con todo lo que hay en torno a
él, incluyendo sus muy cuestionables decisiones administrativas. Pero lo macizo
de su actuación, de su torería, de su vergüenza torera, y del sentimiento de su
arte, no es debatible, al menos no para alguien sensato. Torero de contrastes,
de grandes escándalos como la vez pasada, pero también de grandes éxitos como
en esta ocasión, tal como las grandes figuras, así es el de Galapagar.
Brigadista – n. 153, 516 kg.– de Jaral
de Peñas, aldinegro y muy bien presentado, fue un toro con nobleza, pero
con poca fuerza y acometividad. En los primeros tercios transmitió bastante
más, primero en el recibo por lances y una estupenda larga, y después en el
quitazo por gaoneras de Tomás, la especialidad de la casa. Y ni qué decir,
simplemente las bordó, con quietud, con estoicismo, pero también con plasticidad
y temple. Todo un espectáculo ver al hombre totalmente entregado, aguantando un
parón que anunció lo que el toro sería después, y resolviendo con una gaonera
tersa, larga, y templada. El inicio
de faena por estatuarios fue imponente como la personalidad del torero, pero
quedó simplemente avasallado por el remate por bajo en redondo, cambiándose la
muleta a la izquierda por delante. Para cuando José Tomás ligó una primera tanda
por el pitón derecho, la plaza ya era un éxtasis, mismo que poco a poco se
transformó en una especie de expectación respetuosa. Un silencio casi
ceremonial, casi de misa, mientras el madrileño volvía cogerle la cuadratura al
círculo del toro Brigadista. Impresionante la estética del valor tomasista Y es que
éste se quedó corto pronto y dejó de repetir, suponiendo algunos enganchones
para el de Galapagar, que se vio obligado a cambiar sus procedimientos. Vino su
característico arrimón valiente, pero también natural, relajado. Tomás está en
los terrenos del toro como quien está en la sala de su casa. Su impacto radica
en la economía de movimientos, y, por supuesto, en el desprecio por la propia materialidad.
Añada usted a esta mezcla los naturales, ¡Qué naturales! Apenas un racimo,
extraídos de a uno por uno, pero de una lentitud y una largueza sin igual,
rematados abajo y detrás de la cintura. Todo ello en torno al esbelto poste que
es el madrileño.
La plaza en
pie y los gritos de “¡Torero, torero!” de a poco perdían fuerza hasta llegar al
silencio total, y repita usted la dosis. Una faena breve, quizás no en tiempo, quizás
algún ocioso que le contara los minutos lo sepa a ciencia cierta, pero sí en
cantidad. Los pases fueron pocos, diez, quizás, mismos que bastaron para que
metiera a la plaza a su labor, a su personalidad, a su embrujo. En una plaza
donde la ligazón es tan importante, ver a treinta y tantas mil personas
anonadadas, privadas de expectación, es algo que solo puede lograr un torero
excepcional, un garbanzo de a libra. El único
problema vino a la hora de tirarse a matar. Tomás se vio casi que sin recursos
lanzándose sobre de un toro parado que no descubrió jamás, cosa que hizo en dos
ocasiones. En la primera un feo pinchazo, y en la segunda alcanzó a estirar el
brazo para dejar medio estocada, tras de la que el toro dobló. Morales aflojó
otra oreja muy justa que el maestro devolvió con torería, para dar una vuelta
al ruedo triunfal con una sonrisa del tamaño de toda su cara. ¡Olé! Alguien del entorno de Octavio García “El Payo”,
que ojalá y no sea el propio torero, no tomó el compromiso de una tarde tan importante
con la seriedad debida. Por eso echaron un esperpento de Fernando de la Mora, cuya desvergüenza ganadera no sorprende. Gavilán –n. 162, 487 kg.– volvió de por dónde
vino tan pronto como el queretano intentó abrirse de capa. Lidió a Peregrino –n. 147, 522 kg.– de Jaral de Peñas, enmorrillado, berrendo
en castaño, y asaltillado a diferencia del otro toro. De juego fue manso y
soso, y el Payo hizo poco por sobreponerse. Falló con los aceros.
Tras de un
fallo en la iluminación de unos quince minutos, Julián López “El Juli” salió
al tercio a exigirle a la autoridad que ya se echara pa’ lante. Saltó a la
arena Recuerdo –n. 89, 515 kg.–, de Montecristo, que permitió un buen
intercambio en quites entre Julián y sus chicuelinas, y Sergio Flores en unas
emocionantes tafalleras. El toro peleó con fuerza en varas en el caballo de la
puerta, y después le dieron en la contra. Llegó muy parado y desfondado al último tercio, y Julián no puedo hacer mucho más
que abreviar. La otra
gran explosión de la tarde la provocó Sergio
Flores, el imparable tlaxcalteca que no cree en nadie. Este martes volvió a
reventar La México basado en su valor, en su disposición, y su personalidad. Entiende
a los toros y sus adornos casi siempre son templados, su valor es indiscutible,
así como su cabeza e inteligencia. Fue una faena larga, ligada, aunque falta de reposo, y basada en un solo pitón. Conecta
con los tendidos, y él lo sabe. Tanto que por momentos hizo de más por la
galería, e incluso intentó vender el indulto, en una actitud que le beneficia
en muy poco, y que la gente no le permitió. Flores dio otro
paso firme para ser el emergente de la baraja mexicana. Es importante que cuaje
como un torero con mejores formas y concepto, para evitar resbalones como los
de otros que han ocupado ese sitio. El toro se llamó Clavel –n. 57, 508 kg.–, del hierro de Villar de Águila, y fue pitado de salida por sus feas hechuras. Era
bajo y hondo, descolgado y desproporcionado entre la cabeza y el cuerpo, además
de cornivuelto. Se quedó en el ruedo, y rompió a bueno por el lado derecho, fue
emotivo, con motor y repetición. Por el pitón izquierdo no lo vimos, pero apuntaba
para quedarse tirando derrotes. Total que
mató al toro de un estoconazo, acorde con su tranquillo reciente. La plaza, que
antes comenzaba a apretarle tímidamente, estalló en júbilo y se blanqueó toda de
pañuelos. Dos orejas más para la cuenta de Flores, con una significativa pero
minoritaria petición de rabo, que hubiera armado un escándalo enorme de
concederse. A los despojos de Clavel se
les premió con arrastre lento. Sergio Flores en plan arrollador La corrida,
monstruo al fin y al cabo, aún tenía cuerda. José María Manzanares cuajó unos pases naturales que bien pueden
competir con la faena de Tomás para quedarse como lo mejor de la tarde. El toro
fue de Xajay, y se llamó Por México –n. 105, 498 kg.–, fue un
tanto reservón, tardo, y parado, y el
alicantino no lucía exactamente cómodo frente a él. Sin embargo, porfió
buscándole la distancia y el pulso a las embestidas.
Surgieron
de ese esfuerzo series de naturales cortas pero magníficas, de una plasticidad
impresionante, con la muleta planchada, cogiendo adelante y rematando detrás de
la cadera. Al ralentí auténticamente fueron los trazos, largos y profundos,
rematados soberbiamente por alto. Sin embargo el trasteo fue breve, y aunque la
gente estuvo respetuosa y paladeando el arte de Manzanares, no rompió como
podría hacerlo con una faena más ligada y más larga. Pero ahí
quedó lo bueno, que es lo que importa. La soberbia estocada con que coronó su
labor valía por sí misma una oreja, misma que se entregó tras repetuosa
petición mayoritaria. Sin escándalos ni aspavientos, Manzanares dejó una
actuación para el recuerdo de quienes estuvimos en la célebre corrida del 12 de
diciembre. Manzanares estuvo en esteta Luis David Adame cumplió con lo que se espera de un chico nuevo que busca destacar en la
profesión. Echó mano de su repertorio y ganas de agradar al abrirse de capa,
pegando caleserinas, y quitando por zapopinas, una suerte que hace desmayada y
con un sello muy personal. Tomó las banderillas en un tercio de más a menos,
con dos pares muy vistosos y celebrados, pero que se vino abajo tras de tres
intentos para poner el último par. El toro lo resintió, y la faena de muleta no
tuvo lucimiento. La gente aprovechó para buscar los túneles antes de que el
hermano chico despachara a Por ti –n. 105, 498 kg.–, de Villa
Carmela.
Así, en términos
generales, una tarde realmente para el recuerdo. Por la trascendencia del
evento social, por lo masivo de la convocatoria, por lo noble de la causa, y,
faltara más, por lo interesantísimo del festejo. Un festejo que dará mucho de
qué hablar, por mucho tiempo. *Fotos: Luis Humberto García "Humbert", excepto por 1, del autor del texto.
|
|