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12/12/2017
  (Temporada Grande-México) Sergio Flores fue el triunfador numérico de la Corrida por México. José Tomás hizo el toreo con diez pases, y Manzanares puso la exquisitez (Crónica completa)
 
Firma: Jorge Eduardo
 
     
 

Corrida Guadalupana extraordinaria “Por México”. Ante más de treinta y cinco mil personas en tarde agradable se lidiaron ocho toros de distintas ganaderías. Estas fueron: La Joya (bien presentado, algo agarrado al piso y embistiendo por oleadas), Santa María de Xalpa (bien presentado, entregado de inicio, pero rajado al final), Jaral de Peñas (parado, pero con calidad, serio de presencia), Fernando de la Mora (devuelto por impresentable) y Jaral de Peñas (bien presentado aunque algo falto de remate, soso y manso), Montecristo (menos rematado, pero astifino y descarado de pitones), Villar del Águila (protestado de salida por basto y feo de hechuras, hondo aunque desproporcionado, premiado con arrastre lento), Xajay (bien presentado, reservón pero con buen estilo), y Villa Carmela (bien presentado, a menos en su juego). Actuaron sin respetar el orden de antigüedad los siguientes matadores de toros:

Pablo Hermoso de Mendoza: división de opiniones.

Joselito Adame: dos orejas fuertemente protestadas.

José Tomás: una oreja.

Octavio García “El Payo: algunos pitos.

Julián López “El Juli: silencio.

Sergio Flores: dos orejas con petición de rabo.

José María Manzanares: oreja.

Luis David Adame: palmas.

Partió plaza como sobresaliente Jorge López “Zotoluco.

Destacó en varas Omar Morales picando al cuarto de la tarde.

Antes de romper el paseíllo se brindó un minuto de silencio en memoria de los fallecidos en los sismos del 7 y el 19 de septiembre del 2017, y se interpretó el Himno Nacional Mexicano. Tras de éste, se entonó el Ave María por ser la festividad de la Virgen de Guadalupe. El ruedo y las tablas se adornaron con una instalación del artista visual Jorge Marín


Un evento especial en el coso de Insurgentes

Por fin llegó el esperado festejo en beneficio de los damnificados de los sismos. Huelga decir que la afición y el medio taurino se volcaron en apoyo a la causa, se hizo un entradón en día laborable, y el evento en términos generales fue un éxito. Quedaron, naturalmente, algunas cositas en el tintero, que se retomarán en otro texto. Por ejemplo, el que no se llenara totalmente la plaza y como pudo incidir en ello el formato de la venta del boletaje; los detalles artísticos adicionales que se ofrecieron en esta fecha tan especial; el operativo de seguridad; y desde luego, el orden de lidia.

Sobre este aspecto, la modificación dio dinamismo al festejo, y un sentido de continuidad muy llevadero. La corrida corría el peligro de tornarse larga y tediosa, situación que se evitó, al igual que la división del espectáculo en dos partes muy marcadas. Nos guste o no, funcionó. Sin embargo, siempre nos mantendremos en la posición de defender al marco tradicional que regula a las corridas de toros, y que las fundamenta en gran medida.

En fin, pues, Pablo Hermoso de Mendoza lidió en primer lugar un toro de La Joya, jabonero de pinta, bautizado Voluntario –n. 77, 510 kg.–, de preciosa lámina y muy bien presentado. El navarro tuvo otro desencuentro con el público capitalino, sobre todo a partir de las fallas y las malas maneras con el rejón de muerte. Antes de ello firmó una actuación de altibajos ante un toro que embistió emotivo pero por oleadas, quizás disminuido por los dos rejones de castigo que le colocó.

Su costumbre desde hace ya tiempo es que las farpas tan desproporcionadas que utiliza no pasen de una por toro. El navarro debería sabe que en el gran coso capitalino hace falta que el ganado acometa para superar la exigencia de la gente. No obstante, insiste en el toro parado, y seguirán recriminándole cualquier cosa que no sea perfecta. En esta ocasión no estuvo fino clavando las banderillas, ni con la hoja de peral, ni con el descabello. Dividió las opiniones.

Joselito Adame fue el echado por delante de las infanterías. Estuvo serio en los primeros tercios, toreando con recio con el capote, tanto en un recibo por mandiles, como en las chicuelinas al paso, y en el quite por gaoneras. Basó su faena en el lado derecho, templando y ligando un buen trecho de la misma. Sin embargo, el imponente Juareño –n. 508, 483 kg.– de Santa María de Xalpa acabó desfondado, deslucido, y soso. Adame optó entonces por el arrimón, cargado de desplantes, un poco afectado y revolucionado. La mejor versión de Joselito sigue sin presentarse ante La México.

Otra vez echó mano del desplante desmedido al tirarse a matar, haciéndolo a cuerpo limpio previo lanzamiento de la muleta. El mérito es innegable, el mismo alarde le valió una oreja en Madrid, con la enorme diferencia de que aquí no se fue por derecho, y dejó un espadazo trasero, de efectos lentos. Se desató la petición de oreja, y Jesús Morales cedió al criterio minoritario que exigía la segunda oreja, desatando tremenda silbatina y abucheo.

¿Qué más se puede decir a estas alturas que no se haya dicho antes del pañuelo más rápido del oeste? Lo más desagradable del asunto es la importancia que nuestros toreros le dan a la afición de nuestra plaza más importante. Joselito se pasó el sonoro rechazo a las orejitas ratoneras que le regalaron por salva sea la parte, y las paseó ufanándose de ellas como si su fueran un tesoro de oro puro. Ojalá que le hagan provecho.


A Joselito lo recibieron mejor, hasta que le concedieron las orejas

Vaya contraste de la actitud de una persona autoproclamada en su confusión existencial, con la de un figurón. José Tomás Román Martín hace que los bytes, sucesores de la tinta, corran vertiginosamente con todo lo que hay en torno a él, incluyendo sus muy cuestionables decisiones administrativas. Pero lo macizo de su actuación, de su torería, de su vergüenza torera, y del sentimiento de su arte, no es debatible, al menos no para alguien sensato. Torero de contrastes, de grandes escándalos como la vez pasada, pero también de grandes éxitos como en esta ocasión, tal como las grandes figuras, así es el de Galapagar.

Brigadista – n. 153, 516 kg.– de Jaral de Peñas, aldinegro y muy bien presentado, fue un toro con nobleza, pero con poca fuerza y acometividad. En los primeros tercios transmitió bastante más, primero en el recibo por lances y una estupenda larga, y después en el quitazo por gaoneras de Tomás, la especialidad de la casa. Y ni qué decir, simplemente las bordó, con quietud, con estoicismo, pero también con plasticidad y temple. Todo un espectáculo ver al hombre totalmente entregado, aguantando un parón que anunció lo que el toro sería después, y resolviendo con una gaonera tersa, larga, y templada.

El inicio de faena por estatuarios fue imponente como la personalidad del torero, pero quedó simplemente avasallado por el remate por bajo en redondo, cambiándose la muleta a la izquierda por delante. Para cuando José Tomás ligó una primera tanda por el pitón derecho, la plaza ya era un éxtasis, mismo que poco a poco se transformó en una especie de expectación respetuosa. Un silencio casi ceremonial, casi de misa, mientras el madrileño volvía cogerle la cuadratura al círculo del toro Brigadista.


Impresionante la estética del valor tomasista

Y es que éste se quedó corto pronto y dejó de repetir, suponiendo algunos enganchones para el de Galapagar, que se vio obligado a cambiar sus procedimientos. Vino su característico arrimón valiente, pero también natural, relajado. Tomás está en los terrenos del toro como quien está en la sala de su casa. Su impacto radica en la economía de movimientos, y, por supuesto, en el desprecio por la propia materialidad. Añada usted a esta mezcla los naturales, ¡Qué naturales! Apenas un racimo, extraídos de a uno por uno, pero de una lentitud y una largueza sin igual, rematados abajo y detrás de la cintura. Todo ello en torno al esbelto poste que es el madrileño.

La plaza en pie y los gritos de “¡Torero, torero!” de a poco perdían fuerza hasta llegar al silencio total, y repita usted la dosis. Una faena breve, quizás no en tiempo, quizás algún ocioso que le contara los minutos lo sepa a ciencia cierta, pero sí en cantidad. Los pases fueron pocos, diez, quizás, mismos que bastaron para que metiera a la plaza a su labor, a su personalidad, a su embrujo. En una plaza donde la ligazón es tan importante, ver a treinta y tantas mil personas anonadadas, privadas de expectación, es algo que solo puede lograr un torero excepcional, un garbanzo de a libra.

El único problema vino a la hora de tirarse a matar. Tomás se vio casi que sin recursos lanzándose sobre de un toro parado que no descubrió jamás, cosa que hizo en dos ocasiones. En la primera un feo pinchazo, y en la segunda alcanzó a estirar el brazo para dejar medio estocada, tras de la que el toro dobló. Morales aflojó otra oreja muy justa que el maestro devolvió con torería, para dar una vuelta al ruedo triunfal con una sonrisa del tamaño de toda su cara.


¡Olé!

Alguien del entorno de Octavio García “El Payo, que ojalá y no sea el propio torero, no tomó el compromiso de una tarde tan importante con la seriedad debida. Por eso echaron un esperpento de Fernando de la Mora, cuya desvergüenza ganadera no sorprende. Gavilán –n. 162, 487 kg.– volvió de por dónde vino tan pronto como el queretano intentó abrirse de capa. Lidió a Peregrino –n. 147, 522 kg.– de Jaral de Peñas, enmorrillado, berrendo en castaño, y asaltillado a diferencia del otro toro. De juego fue manso y soso, y el Payo hizo poco por sobreponerse. Falló con los aceros.

Tras de un fallo en la iluminación de unos quince minutos, Julián López “El Julisalió al tercio a exigirle a la autoridad que ya se echara pa’ lante. Saltó a la arena Recuerdo –n. 89, 515 kg.–, de Montecristo, que permitió un buen intercambio en quites entre Julián y sus chicuelinas, y Sergio Flores en unas emocionantes tafalleras. El toro peleó con fuerza en varas en el caballo de la puerta, y después le dieron en la contra. Llegó muy parado y desfondado al último tercio, y Julián no puedo hacer mucho más que abreviar.

La otra gran explosión de la tarde la provocó Sergio Flores, el imparable tlaxcalteca que no cree en nadie. Este martes volvió a reventar La México basado en su valor, en su disposición, y su personalidad. Entiende a los toros y sus adornos casi siempre son templados, su valor es indiscutible, así como su cabeza e inteligencia. Fue una faena larga, ligada, aunque  falta de reposo, y basada en un solo pitón. Conecta con los tendidos, y él lo sabe. Tanto que por momentos hizo de más por la galería, e incluso intentó vender el indulto, en una actitud que le beneficia en muy poco, y que la gente no le permitió.

Flores dio otro paso firme para ser el emergente de la baraja mexicana. Es importante que cuaje como un torero con mejores formas y concepto, para evitar resbalones como los de otros que han ocupado ese sitio. El toro se llamó Clavel –n. 57, 508 kg.–, del hierro de Villar de Águila, y fue pitado de salida por sus feas hechuras. Era bajo y hondo, descolgado y desproporcionado entre la cabeza y el cuerpo, además de cornivuelto. Se quedó en el ruedo, y rompió a bueno por el lado derecho, fue emotivo, con motor y repetición. Por el pitón izquierdo no lo vimos, pero apuntaba para quedarse tirando derrotes.

Total que mató al toro de un estoconazo, acorde con su tranquillo reciente. La plaza, que antes comenzaba a apretarle tímidamente, estalló en júbilo y se blanqueó toda de pañuelos. Dos orejas más para la cuenta de Flores, con una significativa pero minoritaria petición de rabo, que hubiera armado un escándalo enorme de concederse. A los despojos de Clavel se les premió con arrastre lento.


Sergio Flores en plan arrollador

La corrida, monstruo al fin y al cabo, aún tenía cuerda. José María Manzanares cuajó unos pases naturales que bien pueden competir con la faena de Tomás para quedarse como lo mejor de la tarde. El toro fue de Xajay, y se llamó Por México –n. 105, 498 kg.–, fue un tanto reservón, tardo,  y parado, y el alicantino no lucía exactamente cómodo frente a él. Sin embargo, porfió buscándole la distancia y el pulso a las embestidas.

Surgieron de ese esfuerzo series de naturales cortas pero magníficas, de una plasticidad impresionante, con la muleta planchada, cogiendo adelante y rematando detrás de la cadera. Al ralentí auténticamente fueron los trazos, largos y profundos, rematados soberbiamente por alto. Sin embargo el trasteo fue breve, y aunque la gente estuvo respetuosa y paladeando el arte de Manzanares, no rompió como podría hacerlo con una faena más ligada y más larga.

Pero ahí quedó lo bueno, que es lo que importa. La soberbia estocada con que coronó su labor valía por sí misma una oreja, misma que se entregó tras repetuosa petición mayoritaria. Sin escándalos ni aspavientos, Manzanares dejó una actuación para el recuerdo de quienes estuvimos en la célebre corrida del 12 de diciembre.


Manzanares estuvo en esteta

Luis David Adame cumplió con lo que se espera de un chico nuevo que busca destacar en la profesión. Echó mano de su repertorio y ganas de agradar al abrirse de capa, pegando caleserinas, y quitando por zapopinas, una suerte que hace desmayada y con un sello muy personal. Tomó las banderillas en un tercio de más a menos, con dos pares muy vistosos y celebrados, pero que se vino abajo tras de tres intentos para poner el último par. El toro lo resintió, y la faena de muleta no tuvo lucimiento. La gente aprovechó para buscar los túneles antes de que el hermano chico despachara a Por ti –n. 105, 498 kg.–, de Villa Carmela.

Así, en términos generales, una tarde realmente para el recuerdo. Por la trascendencia del evento social, por lo masivo de la convocatoria, por lo noble de la causa, y, faltara más, por lo interesantísimo del festejo. Un festejo que dará mucho de qué hablar, por mucho tiempo.

*Fotos: Luis Humberto García "Humbert", excepto por 1, del autor del texto.

 
     
   
     
   
     

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