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Antolín Castro  
  España [ 11/09/2006 ]  
UN RECUERDO ATROZ Y PARA SIEMPRE

Todavía se me abren las carnes cuando lo recuerdo. Todavía me enfurezco como el mismo día que lo vi. Todavía espero que caiga todo el peso de la justicia, terrena y divina, sobre el agresor. Todavía me gusta que la gente siga solidarizándose con y por lo que aconteció.

No me lo podía creer. Tuve que frotarme los ojos varias veces antes de reaccionar. Por mi boca no salían más que epítetos, muchos calificativos,  que no llegaban a describir realmente lo que mis ojos veían y mucho menos lo que mi corazón sentía.

Puede que tú no lo vivieras, ni tan siquiera lo vieras, que fuera de mi ámbito privado, por eso me permito contártelo. Oí un ruido tremendo y sentí que allí pasaba algo; me asomé a la ventana, en la distancia, y lo primero que vi fue aquella sombra, eso me parecía, golpeando mi coche sin parar. No daba crédito a la escena ¿cómo era posible que un extraño golpeará en plan salvaje mi coche? ¿qué le había hecho yo?.

Pero no era eso lo peor, lo peor llegó cuando recordé que estaban dentro mi familia, mi mujer y mis hijas, y aquella máquina de destrucción seguía golpeando sin piedad, y sin parar, mi coche. Como pude me pellizqué para darme cuenta de que no soñaba, que estaba despierto... y seguía viendo lo mismo. Es más, unos instantes después, vinieron otros y también se liaron a porrazos con mi coche.

Preso ya de cólera y de miles de sentimientos hacia los míos, y a pesar de la distancia que me separaba para ver tanto horror, cogí los prismáticos y pude tener la certeza de que eran hombres quienes cometían aquella barbarie; pero todo no lo había visto todavía, me quedaba algo más, estremecedor. Con la ayuda de aquellos prismáticos puede darme cuenta de que quienes golpeaban mi coche no lo hacían con ningún palo, ni martillo, ni piedras, sino que utilizaban a seres humanos para golpear mi vehículo. Imposible de describir el horror que viví en aquellos momentos.

Grité y grité por la ventana, cuando era imposible que pudiera detenerlos. Tras unos momentos de angustia y paralizado por tanta bestialidad e inhumanidad, bajé hasta allí, ya era tarde. Los cuerpos de los seres con los que se golpeaba mi coche yacían inertes en el suelo y entre el amasijo de chatarra en el que había quedado convertido aquel coche, mi familia habían corrido la misma suerte. Muertes que ni entendí ese día y que sigo sin entender ahora. Juré de todo pero, por encima de todo, pedí justicia.

Uno a uno, los vecinos me rodeaban y compartían mi dolor y mi rabia. Tampoco entendían, pero juraban venganza contra tal monstruosidad. No se cada cual cómo reaccionaría, pero se que nunca sería con contemplaciones ante tales bestias. Ninguno de quienes me leen podrían perdonar algo semejante. Dirían: eso me pasa a mí y ni por la más remoto podré perdonar tanta brutalidad injustificada. ¿Por y para qué?. Respóndelo tú si puedes, pues yo no puedo.

Sólo puedes estar a mi lado, con mi dolor y mi exigencia de justicia, o ponerte de parte de quienes, con aquellos métodos, me dejaron sin los míos. Si eligieras la segunda opción, serías igual de inhumano que quienes protagonizaron la brutal salvajada. No habrá rincón en el mundo para que puedan esconderse los que parieron la miserable acción, sin que hasta ella intente llegar para aplicar la justicia e impedir que puedan repetirlo. No soy un resentido, no soy vengativo, pero tampoco tolero que haya quien mire para otro lado mientras mi corazón y mis sentimientos tiene clavadas aquellas muertes de los míos. No entenderé que no estén de mi lado a aquellos que consideren mis hijos como suyos. Si no es así, serán del otro lado. Quienes así piensen no merecerán respeto alguno.

Esta historia es paralela a una que sucedió un 11 de septiembre de 2001. También allí mataron, utilizando como armas a otros seres humanos, a miles de personas, hijos de todos nosotros, por el simple hecho de haberlo decidido alguien. Maldigo a quienes me quitaron mis hijos y a quien se los quitó a otros. Maldigo a esa panda de locos fanáticos asesinos y pido para ellos todo el peso de la más dura de las justicias. Si alguien dice que hay que comprender a quienes así actúan y lo hacen, me merecen el mismo respeto que quienes lo ejecutaron. Si alguien quiere templar gaitas para con ellos, me merece el mayor de los desprecios.

Si conoces a alguien que no sea capaz de ponerse de mi lado, seguramente es que ese alguien no es víctima directa de la barbarie terrorista o le interesa la posición para otros fines. Ponte en mi lugar. Es fácil de que haya alguien... pero también es fácil que no cuente con respeto alguno.

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