Si está en peligro la vida de alguien se toman las medidas más rigurosas, más exigentes, echando mano de las manos más expertas, para poder salvarla. No importa si estas medidas requieren del mayor esfuerzo, pues es lo que hay que hacer ante tan grave problema.
El éxito del objetivo merece que así sea, pues no estaría bien poner en juego esa vida con carantoñas o medidas tomadas a medias, por muy amables y agradables que fueran a la percepción de los ojos de quienes desde el exterior lo pudieran observar. La acción requiere del mayor esfuerzo y del uso de los mayores potenciales al alcance de quienes hayan de salvarla.
Así sería también si de tratar de salvar una actividad deportiva se tratare. Si alguien quisiera abolir la competición atlética de los cien metros lisos, a ningún promotor se le ocurriría organizar eventos con carreras de esa distancia con corredores mediocres o dando lástima por ser cojos o hacerlo en silla de ruedas. ¡¡No!! Organizaría a bombo y platillo competiciones al más alto nivel con los poseedores de los record del mundo, enfrentándolos en un apasionante mano a mano, a cara de perro, donde se pusiera en juego su propio prestigio.
Y al decir mano a mano es cuando ponemos la Fiesta Brava encima de la mesa, pues es en ella donde se da ese mayor y apasionante mano a mano entre la inteligencia del hombre y la agresividad y fiereza de un animal. No puede ser más elocuente el mano a mano, donde cobrarse una muerte es el fin último.
Claro que eso hay que hacerlo, como decíamos en el caso del atletismo, sin dar lástima, en serio. Y es aquí donde nos entran todas las dudas. Los taurinos y profesionales en general vienen huyendo sistemáticamente de esa confrontación en serio, al más alto nivel. Buscan la comodidad y con ello dejan los flancos demasiado al aire para que cualquier ataque gripal acabe con ellos. Demasiado tiempo con toreros flojos y toros en sillas de ruedas. Con ese espectáculo sólo se puede llegar a dar lástima.
Al toro con esta imagen es imposible defenderle
Lástima a quienes defendemos la fiesta en plenitud y grima a quienes quieren verla desaparecer. Una fiesta en silla de ruedas es el camino más corto para su desaparición. Hace falta que se pongan en pie ambos protagonistas principales y le den la épica, -entre medias aparecerá la estética- que precisa un enfrentamiento sin igual. Esa es la clave y el único argumento para dar la batalla de la pervivencia. Nadie podría defender otra cosa.
Cuanta mayor sea la percepción de la autenticidad, mayor será el respeto que merezca. Por tanto, urge hacer algo... serio. Nada de cómodas corridas donde los actuantes se ponen cursis con sus endebles oponentes. Urge retomar la senda del heroísmo del torero ante la fiera; donde el guerrero acentúe su capacidad artística haciendo toreo del bello, sí, pero ante las guadañas de pitones que acometen con inusitada fiereza sobre sus telas.
Y en ese ir y venir de la embestida bruta del toro todos habremos de percibir que no hay espectáculo ni pelea que pueda compararse a ese invisible, pero sentido hilo, por el que se sostiene la vida y la muerte. Ese es el juego, porque lo que realmente se hace no es precisamente un juego. Cuando quienes acuden a las plazas perciban, sin posibilidad de ver ni sentir otra cosa, que aquello es un enfrentamiento muy serio, serán ellos mismos quienes quieran defender este recio y ancestral rito que nos heredamos de nuestros mayores.
Entre tanto, con los toros tullidos, en sillas de ruedas, o tocados de cofia para mayor entrega y sometimiento al amo, estaremos perdiendo el tiempo y la batalla. Urge pasar de las palabras en defensa de una fiesta menor a las acciones en defensa de la Fiesta en plenitud, la Fiesta íntegra, la seria.
Algo mas que esto hace falta para ganar credibilidad
Comenzado el 2010 hay que programar las corridas con los toros que salen con fuerza y casta a defender su vida y toreros con capacidad para defender la suya ante esa acometividad que se le supone al toro bravo. Cuando algo está en peligro hay que hacer el mayor esfuerzo. Para fiestas y protagonistas de adorno, figurantes todos, ya están las estanterías de las tiendas de souvenirs.