Copiamos íntegramente lo que dice este señor ecuatoriano. Lo único que podemos decir ¡Que bestia!, a menos que lo haya hecho para poner en ridículo la propuesta de Rafael Correa presidente de Ecuador, que va a hacer en un referéndum una pregunta de que si o no, quieren que se mate el toro en el ruedo. No cabe duda ¡Qué de haberlos, haylos! Tanto por Daniel Márquez Soáres que hasta con foto y email, va, para que acuerden de él cuando lo vean, y por Rafael Correa. Que pena dan los antitaurinos con sus estrecheces mentales.

El señor Daniel Marquez Soárez

Miércoles, 30 de Marzo de 2011
Por: Daniel Marquez Soárez

Nombre: Daniel
Apellidos: Marquez Soárez
Email: dmarquez@lahora.com.ec
Descripción: La Hora
Estudios: La Hora

La polémica con respecto a las corridas de toros podría solucionarse fácilmente. Con unas pocas medidas, hasta los peores detractores podrían hacerse los de la vista gorda. Bastarían cuatro sencillas reformas que solucionarían lo verdaderamente odioso que hay en las corridas de toros: la pelea desigual. Con eso resuelto, la fiesta brava sería, cada fin de semana, un garantizado lleno total.

Lo primero sería permitir que se entrene al toro. Un toro que salta al ruedo sin más herramienta de combate que su instinto es fácil presa de su oponente. El toro debería tener tantos años de preparación, en manos de profesionales, como el torero. Así, el duelo técnico sería imperdible y se podría hacer peleas interesantísimas según el estilo de toro y torero.

Se debería permitir también que el toro tenga barra, al igual que su rival. Así, los hippies de las afueras de la plaza estarían en los graderíos para vitorear al toro y desmoralizar al torero. La guerra psicológica aportaría al espectáculo y las barras organizadas aportarían al show.

Tampoco debería ser posible socorrer al torero. La cosa debería ser uno contra uno y, así como cuando el toro es apuñalado nadie sale en su defensa, el torero debería aguantarse solito los revolcones y las estocadas. Así veríamos el carácter y la capacidad de aguante de un torero y sabríamos si es capaz de seguir, como su oponente, peleando mientras su sangre chorrea.

Por último, no se debería matar al toro que mata a un torero, sino rankearlo en función de la cantidad de víctimas a su haber. Esto permitiría hacer duelos entre grandes matadores (uno de toros y otro de toreros) o dramáticos encuentros; por ejemplo, se enfrentarían un toro y un torero con veinte víctimas cada uno, o un toro con cinco toreros en su haber buscaría vengar a su padre ante el mismísimo torero que lo mató.

Esas reformas permitirían gozar con conciencia más tranquila de la sangrienta naturaleza adictiva de las corridas y, sobre todo, le darían algo de sustento al florido discurso sobre la valentía del torero o el combate simbólico entre la vida y la muerte.