Se entregó el viernes de la semana pasada el premio Paco Apaolaza a la mejor corrida de la feria de Azpeitia de 2015. El hierro ganador fue el de Pedraza de Yeltes. La noticia de que la muerte del Toro de la Vega había sido prohibida estaba encima de la mesa. Curiosamente casi todos los allí presentes coincidíamos en una cosa: el espectáculo no nos gusta. Pero coincidíamos también en otra: se le ha impuesto a un pueblo entero la voluntad de unos cuantos, que en mayoría no son ni siquiera de ese municipio. La voluntad de agentes revolucionarios organizados, armados, activos e ilegales ha sido la que se ha tenido en cuenta frente a la de un pueblo que reclama sus costumbres. Al final, en esta pelea que tantos años lleva ocupando las portadas de los medios de comunicación, han ganado unos individuos igual de asalvajados, o más, que aquellos a los que acusan de asesinos y maltratadores. Gente que, al parecer, tiene derecho a llegar a armados a un pueblo, manifestarse con clara intención de revuelta, agredir a los asistentes, montar una pelea campal, dar fuego a un bosque donde habitan las especies propias de todo bosque y terminar logrando que sus demandas sean atendidas. Por la fuerza. Ojo con estas medidas porque aunque obviamente no generen jurisprudencia, si generan recuerdo social y vista la lección aprendida, nadie asegura que los aficionados que acuden a las plazas de toros no decidan un día acabar con los molestos, y faltones, grupos de genocidas animalistas que se forman en las puertas, manifestaciones con no más de cien personas, por el método de las pedradas, los palos y las patadas. Es decir, en la lógica racional, el método debe ser igual de válido para todos.
En el caso del Toro de la Vega, llama la atención que sea el propio gobierno de castellanos y leoneses quien toma la medida encomendándose antes al diablo que a nadie. El pueblo de Tordesillas no entiende nada. El alcalde socialista se posiciona en el lado de la población, que según cuentan anda que rabia al ver ultrajadas sus tradiciones. Los periodistas le preguntan si ha hablado ya con su jefe nacional, el que prometía a los ganaderos de bravo ayudar al toro de lidia. El popular, miembro del partido que toma la decisión, se pone fuera de cacho para decir que ni está a favor, ni en contra de la medida, pero que acata (las órdenes de sus superiores). Total que de por medio ha entrado también lo de la disciplina de partido, que es una forma liviana de llamar a la dictadura que se establece dentro de las organizaciones políticas, tan democráticas ellas. En Tordesillas no hay que ser muy viejo para saber que la última prohibición de matar al toro y que fue una decisión del gobierno franquista. Conviene recordarlo por si alguno puede sacar también conclusiones de esto; todo puede ser.
Como estos fenómenos de la representación popular están haciendo política, elaboran declaraciones de esas que ayudarán a que te pilles las manos pasado mañana, cuando esos a los que ahora amparas te pidan más, y más, y te amenacen con llevarse los disturbios a las puertas de las plazas de toros, ya a la entrada, ya a la salida; con liar las mismas que han liado desde hace ya años en el pueblo de Tordesillas, donde de pronto, se ven invadidos por unos tipos que vienen a hacerles la guerra. Seamos sensatos: cosas así sucedieron en ciertas ocasiones en pueblos de Euskadi, cuando la época de los tiros y las bombas, y a eso se le llamó terrorismo, y lo era. Hoy, los terroristas contrarios al toro ven cumplidos sus deseos logrados por los medios propios de terrorismo.
En las declaraciones del político de turno, se dice que los espectáculos taurinos populares no son lo mismo que la tauromaquia. Y es verdad. La fiesta nacional es: nobleza, sensibilidad, arte, emoción, belleza, plasticidad y armonía ¿Cuánto tiempo podrá defender eso la Junta de Castilla y León? ¿Cuánto tiempo tardarán en pedirle la abolición de la muerte en los festejos tauromáquicos?