Nadie estamos preparados para la muerte puesto que, cada vez que nos lacera la misma ante el fallecimiento de un ser querido quedamos desolados, lo que evidencia que, la muerte con su maldita guadaña nos sigue estremeciendo.

Así me he quedado yo ahora cuando he sabido de la muerte de María Zaldumbide, un ser entrañable al que quise sin medida. Más de veinte años de amistad han dado la prueba del cariño que nos profesábamos, hasta el punto de que, hace unos años, María tuvo el gesto de venir a España y, sin duda, poder conocernos.

María Zaldumbide con el maestro Esplá, por tierras ecuatorianas

María era nuestro puntal en Ecuador; desde allí, y desde el primer día que salimos a la luz, ella fue la primera persona en incorporarse al grupo nuestro y, después de ella todos los demás.

Zaldumbide tenía, además de afición a los toros, un talento desmedido. Hablaba varios idiomas, pintaba como los ángeles, era una gran madre y, en realidad, todo lo que hacía lo rociaba con su talento para que, lo que brotaba de sus manos y sentidos fuera pura alquimia de su bendito ser.

A María le debo muchas cosas, entre ellas, que intercediera en su día con la empresa Citotusa de Quito, la que regentaba la plaza, para que a su ruego, la Banda de Música de dicha plaza interpretara, como primicia, el pasodoble “Pla Ventura” en que, para mi dicha, todo eso ocurrió en una corrida televisada en la que, el diestro Sebastián Castella, a los sones de dicho pasodoble se entretenía logrando un triunfo de clamor.

María, a la izquierda, con unas amigas en una plaza de toros

María asistía, además de en Quito, a todas las ferias colindantes de la capital quiteña, incluso mucho más allá del radio de dicha ciudad puesto que, las ferias de postín de dicho país, era ella la testigo que teníamos en directo, la que nos informaba de todos los acontecimientos relevantes que en dicho pais se daban cita.

Como siempre dije, todos los componentes de Opinión y Toros, para nuestra fortuna, son personas admirables en todos los órdenes y, María no era una excepción puesto que, de la cultura hizo un mundo y por dicha razón vivió aferrada al arte, por tanto, a los ancestros más bellos y culturales, caso de la fiesta de los toros a la que amaba con pasión.

Adorna mi despacho un cuatro suyo bellísimo; una pintura taurina, como no podía ser de otro modo. Como María lo bautizara, es el “Fundón de las espadas con capote en la barrera”, toda una alegoría hacia la fiesta de los toros, sin duda, toda una prueba de amor; primero a los toros, la fiesta a la que tanto amaba y, más tarde, como refrendo hacia la amistad que me regaló, rociándola con este regalo maravilloso.

María, en una iamgen del pasado año cuando trataba de ocultar su enfermedad

María Zaldumbide ha muerto, pero para mí fortuna vivirá eternamente, me lo recordará a diario su obra hermosa, la que inmortalizó a la fiesta, la que me regaló y, como ahora ha sucedido, tras su muerte, quedándose ella inmortalizada.

Mueren todos, nos solía recordar el maestro Facundo Cabral menos los artistas y, le asistía toda la razón. Todo aquel que ha dejado un legado por el mundo vivirá eternamente y, María, además de habernos dejado un archivo maravilloso de todo lo han sido sus crónicas, será su obra pictórica la que le dejará viva eternamente.

No puedo negar que escribo con el alma rota, con los ojos llenos de lágrimas, con la desolación de pensar que ya no veré nunca más a esta amiga del alma; la que ya jamás irá a los toros para representarnos en Ecuador, algo que hacía con desmedido orgullo.

Pero sí sabe, María, allí donde esté, seguro que junto a Dios, que si yo le recuerdo con inmenso cariño, todo el portal de Opinión y Toros, todos sin distinción, estamos desolados y rezamos una oración por su alma. Que Dios la tenga a su vera.