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Después de haber recibido a través de su portal, la atenta invitación a escribir sobre el maestro Manolo Martínez, y animándome a ello, quiero enviarle a usted los siguientes comentarios. Podría hacer alusión o transcribir muchos adjetivos calificativos de autores y plumas extraordinarias que han sido los biógrafos de Manolo Martínez. Sin embargo, creo que lo mejor sería transmitirles a ustedes el sentir personal que dicho torero ocasionaba en mí, y que actualmente ningún torero ha podido revivir. Para un servidor, Manolo, ha sido simple y llanamente el mejor torero mexicano de la época moderna del toreo. Con su sólo nombre en el cartel, se provocaba que fuese colocado el letrero de “No hay billetes” en cualquier plaza en donde su torera planta posaba su estampa, Un torero que atraía multitudes. En él, se concentraban todas las cualidades de los grandes toreros, arte, valor, quietud, temple, mando; pero sobre todas estas cualidades necesarias para ser torero, en Manolo se caracterizaba la que yo creo era su principal cualidad, una personalidad arrolladora. Desde que se liaba el capote de paseo y se paraba en la puerta de cuadrillas, era imponente ver su figura, seria, ensimismado en sus pensamientos, parco, muy parco al querer dialogar con él en esos momentos; tan parco y tan concentrado en lo que pensaba realizar que al mejor cronista, poeta y escritor taurino que ha dado España para México el gran maestro José Alameda no podía contener esa tempestad de temperamento y no lograba siquiera iniciar una entrevista en el patio de cuadrillas con esta figura del toreo. Era cuestión de que se abriera de capa para que de inmediato comenzara a circular en el ambiente un aroma a clasicismo, a maderas finas, así como cuando se destapa no el tan trillado “frasco de las esencias” sino una extraordinaria botella del mejor vino que ha sido añejado por años. Si, esa misma capa que algunos criticaron de enorme y que alguno que otro escritor bautizó como telón, era la misma que levantaba de sus asientos a cuarenta mil personas con una sola verónica o con una serie de apretadas chicuelinas. La misma que llevada como una maravillosa flor magenta dibujaba en el aire una media verónica extraordinaria o un recorte excepcional que hacía que el tamaño no importara y que explotara el júbilo y la emoción de los que lo disfrutábamos en el tendido. Ya para entonces, como repito, el tamaño del capote era lo de menos; la plaza entera -incluido yo entre ellos- nos fijábamos solamente en el tamaño de torero que teníamos delante. Con la franela, continuaba y terminaba esa gran obra de arte que comenzaba con la capa. Un poder impresionante, un temple extraordinario, pero no ése temple que se aprende, el temple con el que se nace, que se trae dentro; ése que no es ritmo ni espacio sino música con acordes extraordinarios que elevan una melodía a una expresión sublime y la convierten en la mas hermosa sinfonía. Así eran sus naturales, sus derechazos, verdaderas sinfonías de bien torear, aunadas a su mente estructurada, pensante, en la que para ella, todos los toros tenían no nada más una lidia, sino una faena en potencia. Acostumbraba a rematar esos trasteos con el pase del “desdén”, ese que el inventó y que hacía alusión a su controvertida personalidad. Un pase dibujado, sometiendo por completo a la fiera que arrastraba los belfos por la arena completamente entregado; y él, levantando la mirada a los tendidos retando, desafiando, asegurando que en ese ruedo había un torero. Y en la plaza respondíamos con una delirante pasión, un alud de aplausos, una cascada de gritos; algunos, como yo, con los ojos empapados en llanto al no creer que estaba viviendo esas sublimes faenas con un grado de arte tal que hace muy difícil su descripción. Pedante para algunos, extraordinaria persona para otros, Manolo ha sido y será recordado por los aficionados a la fiesta mexicana por su aportación a la misma. Si bien es cierto, y esto hay que mencionarlo también, siempre fue criticado por no enfrentar a al toro íntegro y por sus medios para aligerar el enfrentamiento del toro con edad, Manolo fue un fuera de serie que aún con el toro chico y “cómodo” hacía que por su propia presencia, con su sólo nombre la plaza más grande del mundo, se llenara de aficionados que lo querían ver torear, aficionados que no iban a ver los toros, iban a ver a Manolo Martínez. Así pues, podría pasar escribiendo toda la tarde de este figurón del toreo, relatarles pormenores faena tras faena. Un torero que ha sido el último en crear verdadera pasión en los tendidos, un torero que arrastraba multitudes, un torero que tenía una personalidad arrolladora como un tren, el último mandón de la fiesta mexicana. Vaya, simple y llanamente un TORERO de los pies a la cabeza. A diez años de su partida, se le extraña profundamente, y se le seguirá extrañando mientras no surja en México un torero con el arte, el valor, el temple, el mando y sobre todo, la personalidad de un hombre como lo fue Manolo Martínez Ancira. Un torero de pasión. Mil gracias por dejarme expresar en su portal lo que inspiraba en mi persona este gran torero mexicano. |
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