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  UN TORERO DE CULTO EN SORIA: RUBÉN SANZ  
   Por Joaquín Albaicín - Escritor y aficionado
[ 27/11/2007 ]
 
     
 

Los únicos espadas a quienes he seguido con regularidad –en el sentido de subirme a un avión, un tren o un coche y recorrer para verles torear los kilómetros que se terciara… Los únicos, aparte de mis primos, han sido Rafael de Paula, Julio Aparicio y Manuel Amador. Y ahora, también Cayetano y Rubén Sanz. El último figura, en efecto, desde tiempo en mi relación de toreros de culto, pese a no haberle visto entendérselas ante las astas más que hace unos días en Daimiel. Todo tiene, claro, su porqué. Hará ya tres años que, en el vestíbulo en penumbra de un hotel, en un área de naves industriales y a tiro de piedra de una plaza portátil, me dieron a conocer a un novillero silencioso y con gafas y empeñado en llamarme de usted que me dijo tener guardado un artículo mío acerca de las diferencias entre lo que yo llamo el toreo de Moisés y el toreo de Aarón, publicado hace cosa de doce años –los que debía de tener entonces él- en 6 Toros 6… y no olvidarse nunca de releerlo religiosamente cada día. Modestia aparte, me pareció que ese precocísimo lector, a quien me habían presentado como Rubén Sanz, único coleta en activo en toda la provincia de Soria, denotaba no poseer mal gusto literario. Añadió, además, que su ídolo era Silverio Pérez. Entró, en fin, con buen pie en mi apretada agenda de personalidades notables.

 A esa buena entrada se unían su historia personal y unas maneras locomotrices ralentizadas, denotadoras de que el sujeto en cuestión vivía medio ensimismado, con un zapato permanentemente plantado en una realidad aparte. Enseguida me olí que me hallaba ante un tipo con madera de leyenda urbana  o, si se quiere, de forjador potencial de una saga celtíbera. Súmese el hecho de que su familia regenta una peluquería… Quienes me leen con alguna frecuencia saben de la significación secreta que, a mi juicio, ha distinguido a estos establecimientos en la historia del toreo. De hecho, ando ahora pensando en abrir una, a ver si así me sale un hijo o un nieto torero que me ayude a probar la justeza de mi teoría. Garza, recuérdese, resolvió hacerse lidiador de reses bravas una mañana en que, mientras aguardaba su turno para ser pelado por el barbero, echó un vistazo a una revista y se enteró de los honorarios que cobraba Gaona. El primer apoderado de otro genio, Victoriano de la Serna, fue su peluquero. El padre de Joselillo de Colombia tenía una cadena de peluquerías en Cali. A Joselito El Gallo le llamaban la tijera de cortar coletas. ¿Qué decir de Enrique Ponce, nieto de peluquero? La historia, sí, podía volver a repetirse.

Esto se lo cuentas a la gente y, por lo general, claro, no lo caza. Para empezar, porque Rubén Sanz quizá sea el novillero más veterano del escalafón, a la vez que el que más ha espaciado sus comparecencias de luces: unos diez festejos en una década. No es fácil, desde luego, romper como torero en tierra donde no hay ganaderías, no hay apoderados, no hay cantera taurina y cuya feria no es una de las cuatro o cinco verdaderamente decisivas del calendario taurómaco... Pero la vocación profunda suele derribar los muros más altos. Y, como Rubén Sanz devora al volante de su utilitario los kilómetros que haga falta para poder torear una vaca o pegar olés a la muleta de Aparicio, y yo también lo segundo, pronto nos hicimos amigos. Sí, es cierto: siempre me he hecho amigo o enemigo de la gente en el primer apretón de manos. Jamás he entendido bien eso de la amistad tejida lentamente a lo largo de no sé cuántos lustros de trato cotidiano. La gente que se apunta a amistades o enemistades según ese método suele morir –es verdad- sin adversarios, pero también sin amigos… Más que nada, porque la vida es un suspiro y no suele regalar el tiempo requerido por sus febles bríos anímicos para poder concretar la categoría en que incluir a cada cual.

Y, en fin, además de todo esto, vuelvo la vista atrás, remonto el vuelo hasta aquella tarde en aquel vestíbulo y recuerdo que desde el primer momento me pareció que esa vida monacal de Rubén Sanz, de férreo entrenamiento… Esa vida de interminables sesiones de toreo de salón en una plaza de toros cubierta por la nieve y cuyas puertas se abren cada día sólo para que él pegue lances a la rasca reviviendo con las muñecas de la imaginación la faena de Silverio a Tanguito… Esa vida de trasteos históricos pero sin historia constatada ni cantada, labrados para deleite de la afición invisible de una ciudad tan lejos del D. F., tan lejos de la Triana de Curro Puya o del Madrid en cuyos cafés se discutía apasionadamente de Antonio Bienvenida, Luis Miguel, los Girón, Chenel y Ordóñez… Me pareció, decía, que encajaba a la perfección con esa tierra despoblada, boscosa y mágica que es Soria, con sus arboledas de hojas doradas de cuento de Tolkien, sus mudos pero lustrosos enclaves templarios, sus rebaños que balan en honor de Saturno, sus garrochistas que, por San Juan, escoltan los toros hasta Valonsadero entre petroglifos y huevos de dinosaurio y sus elfos que se quitan la borrachera caminando descalzos sobre brasas la noche en que se abre la Puerta de Cáncer… Con esa ciudad, sí, encantada y abrazada por el Duero y a la que hace falta un capote emblemático con el que, acaso, ya sueñe sin saberlo.

De hecho, ya hay adelantados incubando esa visión desde hace tiempo. Adolfo Sainz y Juanjo Hernández Caballero, de la peña taurina y flamenca Celtiberia, me avisaron de que Rubén mataba en Daimiel una de Rocío de la Cámara, y con ellos me subí a un tren de medias cercanías en Atocha. Sería la primera con caballos que torearía en su vida fuera de las fronteras sorianas, así que podía considerarse su presentación internacional. Le acompañaba en el cartel un tal Mazzantini, y no pude evitar recordar –otra vez los hilos del karma haciendo de las suyas- que el Mazzantini histórico fue en su día gobernador civil de Soria. ¿Proyectaba sobre Rubén, desde el Más Allá, su sombra tutelar? Cuando arrojé el pitillo a la vía y subí al vagón, me di cuenta de que hacía tiempo que no montaba en un tren de esos, en un tren de verdad. La última vez fue años atrás: en el Mahananda Express, Benares-Darjeeling, desde el occidente de la planicie del Ganges hasta las estribaciones himaláyicas de Bengala en cuarenta horas de un tirón… Cómo no, hubo parada en Alcázar de San Juan, donde siempre se hace alto se vaya a donde se vaya. Y fue larguita, porque otro tren se había averiado y hubo que traspasar sus pasajeros y bagajes al nuestro. Pero, al fin, Daimiel, uno de esos lugares a los que nunca va nadie, uno de esos sitios por los que siempre se pasa camino de otros. Hacía un calor de mil pares.

-¿Sabes en qué se reconoce a un soriano en la playa? –me espetó Adolfo en el recalentado andén mientras, atónito por encontrarme allí, me palpaba los bolsillos a busca de tabaco.
Reconozco que jamás me había parado a pensarlo.
-En que, además del bañador, lleva una rebeca sobre los hombros por si luego refresca.   Rubén se alojaba en el hotel Doña Manuela, y el paseo hasta allí, por calles desiertas y bajo un sol despiadado, bien pudo causarnos lesiones cerebrales de consideración. No fue así, por fortuna. Por los alrededores del hotel estaban ya los partidarios: José Emilio García Vallejo, representante de Taurotoro en Soria; Juan Carlos Valero y su mujer, que habían interrumpido sus vacaciones murcianas para asistir al acontecimiento; y Vicente Gallardo El Pollito, tatuajes de guerrero errante en los antebrazos, que hace poco logró que el novillero pasara unas semanas tentando en Los Alburejos. Esto es algo en lo que siempre me he fijado. Las figuras llenan las plazas, pero, por lo general, con el público local. No cuentan con seguidores propiamente dichos. Les siguen los pasos los críticos, pero porque es su trabajo. Raramente arrastran gente que de verdad se gaste un duro en seguirles. Otra cosa son los toreros de culto… Valgan como paradigma Adolfo y Juanjo hablando en el tren de acompañar a Rubén Sanz en su futura temporada mexicana, una campaña que, hasta donde uno sabe, únicamente existe en el feraz magín de estos dos fanáticos. Pero, ¿qué interés tendría el toreo sin esa vena de fanatismo? En rigor, el escalafón y la campaña que anidan en la mente de los fanáticos resultan ser a menudo más reales que los que conocemos por las revistas taurinas. El fanático siempre sale de la plaza con la convicción de que ha sucedido en ella algo trascendente y digno de recuerdo. Y, a su manera, siempre le asiste la razón.

Partíamos ya hacia la monumental con las nucas recalentadas cuando José Emilio avisó:
  -Poneos al sol, no sea que luego refresque.
  La de Daimiel era, por lo menos, una auténtica plaza, no una de esas cubiertas de las que sale uno sin haberse todavía hecho a la idea de que ha estado en los toros. Adolfo, cronista del Heraldo de Soria, bajó al callejón, en tanto Juanjo, Valero y yo nos acomodamos a media altura del uno. Valero me preguntó:
  -¿Sabes en qué se reconoce a un soriano en el desierto?
  Creí adivinarlo.
  -En que lleva una rebeca, por si acaso más tarde refresca.
  ¡Claro! ¿Cómo pude dudar un segundo de la respuesta? El axioma, sin embargo, no es válido para cualquier marco hipotético. Rubén, por ejemplo, hizo el paseíllo de nazareno y oro y sin prenda de punto alguna atada a la cintura. Buena señal, un soriano que no teme al frío… y que deja claro que, si a un hijo de los bosques celtíberos se le reconoce haciendo el paseíllo, no es la rebeca lo que marca la distinción. Ya estaba ahí su novillo, asimismo sin jersey y sudando la gota negra. Y ya estaba allí Rubén propinándole una media antoñetadísima cerca de la boca de riego. Se pegó mucho al toro en el caballo y no tardó en rajarse. Pasaba pero no pasaba, ya me entienden. Imposible relajarse. Pero ahí quedaron derechazos de mano baja y mentón al pecho, y un arrogante pectoral, y acompasados engarces denotadores de buena vista e intuición toreras. Y, de repente… dos muletazos por alto, de costadillo, andando al toro a modo de galleo. Dos muletazos sin codificación, sin nombre en los escritos, seguramente nunca vistos antes en los ruedos y que podrían perfectamente haber brotado de la intuición ceñuda de Luis Procuna o Pepe Ortiz. Sí, señor. Mis referencias (Julio Aparicio, en cuya finca tienta Rubén con frecuencia; el hombre de confianza de éste, Jesús Maté; el fotógrafo David Cordero...) no estaban equivocados. Torero de culto habemos. Un torero de sentimiento, es decir, un verdadero torero.

Una estocada marcando a ley los tiempos tumbó al novillo y mandó su oreja derecha a manos del novillero. Y salió el cuarto, mirón, con la cara alta y poder en las patas, y no había por donde echarle mano. Con menos de diez novilladas despachadas en su década prodigiosa, Rubén hizo muy bien en no echársela. A estas alturas de la vida no debe estar uno por la labor de que le peguen sin venir a cuento una cornada en Daimiel. Nada más ver salir de chiqueros al buen mozo me lo había ya advertido Juanjo, que ha seguido a Rubén tanto en los festejos de que da fe la estadística como en los firmados sólo en sus sueños:
  -Ahora viene la otra cara de Rubén, la trágica.
  Que me pareció, por cierto, tan consistente como la artística.

Rubén Sanz, pues, tocó pelo en Daimiel. Si sigue tocándolo, la empresa de Soria, que quiere darle las novilladas que la ley le exige para doctorarse por San Juan, va a ver pronto cumplidas sus expectativas. Sólo las estrellas saben lo que el destino depara a este Procuna soriano, y si algún día logrará que una muchedumbre enfebrecida lo porte a hombros por el Collado como si fuera el puente de Triana o la Avenida de Insurgentes. Yo, de momento, le sigo. Por si le ponen en Benidorm o El Puerto, ya me he comprado una rebeca, y también un abrigo en previsión de que haya que ir a verle a Ceuta. Y, si hace falta un gorro cosaco, no importa. Cuenten también conmigo. Allí estaré.

 
     
  Nota.- En aras de respetar siempre el original recibido, OyT no corrige su presentación, ortografía o puntuación, tal y como se indica en las Condiciones de Uso de esta Tribuna, siendo todo, como el texto, única responsabilidad de su autor.  
     
   
 
   
 
   
Fernando Naranjo 06/02/2008  
 
Joaquin, fue "Cagancho" y Albaicín, aunque en Granada, fue Rafael, un "Calé" .."gitanillos" en Triana.. "Gallos"...En Gelves...Y en Jerez...¿como fue..? Vivan los toreros !CALÉS..!
 
 
 
   
Francisco Diaz 06/12/2007  
 
Me gustó el escrito. Enhorabuena. Me subo desde yá al carro de Rubén. Avisenme si viene por el Sur.
 
 
 
   
Joaquin Albaicin 02/12/2007  
 
Muchas gracias por los aplausos, que siempre levantan la moral. Ahora, a ver si es verdad que vemos doctorarse a Rubén Sanz en la feria de Soria.
 
 
 
   
Ángel Andrés Martínez " Argos" 28/11/2007  
 
Desde que se fue el maestro Cañabate, falta nivel literario en los escritos sobre toros. ¡ Que no se acabe la casta de los Albaicin para hacernos disfrutar leyendo! Que una cosa es juntar letras y otra esto que hay ahí más arriba. ¡Enhorabuena, colega, así se siente y se escribe...!
 
 
 
   
Juan Carlos Buzón 27/11/2007  
 
¡Impresionante y sentido artículo! Los que hemos conocido a Rubén Sanz nos hemos dado cuenta de que es un auténtico loco, un romántico de la Fiesta. Por eso, sólo cabe ser partidario suyo.
 
 
     
     
     
     
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